Manara: El arte del Azote (2)

“Mi cuerpo estaba arqueado, mis manos agarraban sus suaves curvas neumáticas, cuando de repente levanté la mirada hacia mi dulce amazona. Tenía la expresión vacua de alguien que está pensando en otra cosa. Quizás estaba decidiendo que cenaría esa noche, o recordando por centésima vez la trágica relación entre Escarlata O’Hara y Rhett Butler: “Lo que el viento se llevó” era su película favorita. Y si en ocasiones aceptaba mis peticiones sin que yo tuviera dinero, era porque había un deje irónico en mi mirada que le recordaba a Clark Gable...”

Al ver que estaba en otro sitio (en la cercana Atlanta, si mi intuición no me fallaba), me enfurecí. Cobrando vida propia, mi mano se levantó y golpeó a la prostituta en el trasero. Nunca había azotado antes a nadie. Nunca se me había ocurrido. Cuando leía escenas semejantes en las novelas eróticas, apenas me excitaban.

El resultado fue asombroso, Gina se echó para adelante y sus ojos se iluminaron. Inclinándose sobre mí, apretó sus labios contra los míos y metió su lengua en mi boca, explorándome, electrificándome. Repetí la acción, dándole un azote más fuerte y centrado sobre sus dos nalgas. Mi amazona gimió de placer. Tembló encima mío, y su sexo se volvió denso como el trópico... Ya no podía controlarme. Azoté ese culo, que cedía a mi goce ilimitado, ardiendo bajo mis palmas. Gina me acompañó con feroces gemidos indistinguibles de sus gritos de placer. Estaba extasiado. La habitación, los ruidos de la calle, la húmeda cama, dejaron de existir. Estaba pegado a aquellas nalgas, enrojeciendo su esplendor bajo mis manos. La eternidad, descubrí, era aquel culo que bailaba bajo mis palmas. Gina se retorció, suspiró, jadeó. Se empalo en mi sexo: estaba tan abierta que hasta le podría haber metido los huevos. Me cubrió con un flujo de lava, chillando como una loca hasta el límite de su voz. Yo le respondí disparando mi leche en ráfagas que parecían durar eternamente.

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